Si te gusta leer y quieres profundizar de una forma diferente sobre lo leído, puedes animarte a formar parte del Club de Lectura Navaluenga. Amplía la información en el Centro Cultural o contacta directamente con la Concejal de Cultura del Ayuntamiento, Almudena Fernández, en el teléfono 661538435.
Tras la votación realizada por los miembros del Club de Lectura de Navaluenga se ha acordado que el libro objeto de la próxima reunión va a ser “En tiempos del Papa Sirio”.
EL DÍA DE LA MERIENDA
EL DÍA DE LA MERIENDA Y LA FESTIVIDAD DE SAN JOSÉ.
En numerosas localidades de la provincia se celebra, al rededor de la Pascua, el famoso día del hornazo, pero en el caso concreto de Navaluenga al día de la Rosca, que comparte el mismo origen, le igualaba en importancia la fiesta de la Merienda.
Esta celebración relacionada con la festividad de San José e inmersa directamente en la época cuaresmal suponía un verdadero desahogo, un respiro para coger aire y culminar este tiempo de ayuno y abstinencia, muchísimo más exigente en el pasado y que en la actualidad se ha relajado considerablemente.
Esta fiesta campestre en honor de la primavera que hace renacer la vida en el campo, y retoma la actividad agraria, ahora con la siembra de la patata que en esta zona se decía que debía realizarse el 7, 17 ó 27 de marzo. Era el momento de celebrar en familia o entre amigos la llegada del buen tiempo.
No había un lugar concreto, cualquier zona de la sierra era propicio. Al amor de la lumbre se degustaban las riquísimas patatas secas con manteca de hueso, aderezadas con un poquito de hierbabuena, o bien ricas tortillas de patata, filetes empanados con pimientos asados de acompañamiento y un rico postre, en algunas ocasiones un flan de huevo, que era, sin duda, el producto a robar entre la chavalería cuando varios grupos coincidían en un mismo paraje.
Entre los más jóvenes, la fiesta de la merienda era una magnífica ocasión para estrechar lazos, para confraternizar. Pero también suponía una buena ocasión de gastar bromas y trastadas propias de la edad. Y como dice el refrán “la primavera la sangre altera”, en esta fiesta se daban también los primeros romances amorosos, como se decía popularmente los “primeros amoríos”.
Otros autores defienden que estas celebraciones campestres en honor de la primavera tienen su origen en las sociedades agrarias que buscaban en este acto propiciatorio obtener una buena cosecha. Ritos relacionados con la agricultura, con la abundancia, con la subsistencia, con el culto a divinidades como la diosa Ceres en el mundo romano o Deméter en la cultura griega.
En la credencia o mesa de liturgia del Altar Mayor de la parroquia podemos observar, entre los elementos de su decoración barroca, una sierra de carpintero que podemos interpretar como un objeto que representaría a San José, patrón de los carpinteros, y formaría parte de un altar dedicado al Santo.
En la actualidad en el altar del evangelio podemos ver una imagen de San José con Jesús de la mano, lo que nos da a entender que siempre gozó de gran devoción entre los vecinos de Navaluenga. Quizás en está devoción en el tiempo esté el origen de la Fiesta de La Merienda en nuestro pueblo.
EL DÍA DE LA ROSCA
El día tres de mayo se conocía en Navaluenga como el Día de la Rosca. Esta tradición de realizar una rosca de pan provista de chorizo, huevo y lomo que se cubrían mediante una tira de masa en forma de cruz, estaba directamente relacionada con la Festividad de la Cruz de Mayo.
Los niños y jóvenes de Navaluenga salían al campo con “su rosca”. Es una improvisada jornada festiva al finalizar las clases. No se solía ir muy lejos, a diferencia con el Día de la Merienda, que se celebraba el 19 de marzo.
En los alrededores del pueblo, cerca del río, en el monte de la Cabezuelas, en los huertos cercanos aprovechando las jornadas de siembra, se degustaban estas roscas que realizaban, con todo el amor, las madres y se horneaban siempre con la protección de la cruz sobre las viandas de matanza.
Esta costumbre está estrechamente relacionada con la celebración de la Cruz de Mayo, fiesta mayor de la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Navaluenga. A mediados del siglo XV, la sociedad de Navaluenga fue organizándose social y espiritualmente alrededor de su parroquia.
Los gremios que configuraban los diferentes oficios comenzaban a dar los primeros pasos para crear las hermandades y cofradías. Éstas, se creaban para atender a las necesidades de las familias que las componían.
Así surgen, en los siglos XV y XVI, las primeras cofradías. Es aventurarse, porque no tenemos confirmación documental, pero todo parece indicar que la primera cofradía de Navaluenga pudo ser la Cofradía de Santa Vera Cruz.
Perteneciente a esta cofradía aún se conserva, en el interior de la iglesia, la talla de un Cristo crucificado en madera policromada. Esta talla barroca acompañaba en los entierros a los hermanos de la Cofradía de la Vera Cruz, ataviados con la tradicional capa castellana, hasta mediados del siglo pasado.
El tres de mayo, la cofradía celebraba su fiesta mayor y engalanaba el crucero situado en la entrada de la iglesia. Y es muy probable que formando parte de estas celebraciones surgiera el origen del Día de la Rosca.
Por fortuna, hoy podemos encontrar esta riquísima Rosca en numerosos establecimientos de Navaluenga. ¡No te quedes sin ella!
LOS QUINTOS, COSTUMBRES Y TRADICIONES.
Ser quintos es un momento trascendental para los jóvenes de Navaluenga que coincide con la mayoría de edad. Un año cargado de rituales y costumbres que se pierden en la noche de los tiempos. El rey Juan II de Castilla estableció la obligación de alistarse en el ejército a uno de cada cinco varones que alcanzaban la mayoría de edad, en muchos espacios históricos esa edad eran los 17 años. Este joven era llamado “el quinto”, y configuraba la denominada “contribución de sangre”.
Siguiendo con esta tradición el Rey Carlos III estableció el reclutamiento de quintas, recogido en las Reales Ordenanzas de 1768. Esta ordenanza indicaba que uno de cada cinco mozos de España, en edad entre 17 y 36 años, sano y con una altura de al menos 162 centímetros debía dedicarse a la vida militar y trabajar para el Rey.
Este sorteo se realizaba durante las primeras semanas de enero por un reclutador militar que acudía a los pueblos para seleccionar a los mozos y realizar el sorteo. La duración del servicio variaba según las necesidades. En 1856 la duración era de 8 años, 4 en activo y 4 en reserva, en 1943 eran tres años en activo y en 1993 su duración era de nueve meses.
También existía la posibilidad de librarse del servicio, para ello en 1856 había que abonar 5.000 reales, en esa misma ordenanza también podía librarse encontrando un sustituto. A ese sustituto, denominado “soldado de cuota” se le abonaba una cantidad económica y se nombraba un destinatario o beneficiario en caso que este falleciera durante el servicio. Esta situación fue muy común durante las guerras de Cuba y Filipinas a finales del siglo XIX.
En la primera mitad del siglo XX los mozos eran llamados a filas por el alguacil del Ayuntamiento entre los jóvenes que cumplían 21 años, así lo recuerda Simón Quiroga, a sus 99 años. Después la mayoría de edad se establecería a los 18 años. Los mozos eran tallados en el Salón de Actos del Ayuntamiento a finales del año anterior, entre los meses de noviembre y diciembre, debiendo medir un mínimo de ciento cincuenta y cinco centímetros.
En Nochebuena comenzaba su andadura como quintos con la asistencia a la Misa del Gallo, para una vez finalizada y con el permiso del cura y del Alcalde comenzar a “rondar” a las novias, hermanas o madres de los quintos. Éstos iban acompañados por el “cuadro” un acordeón, una guitarra, una bandurria y el triángulo. A las canciones dedicadas por los mozos a las novias o familiares se denominaba “ronda”.
Los jóvenes recorrían las calles del pueblo para detenerse frente a la casa de la persona a la que se dedicaba la ronda. Entonces comenzaban las estrofas de la ronda, “Ve despertando, niña, ve despertando, que la ronda a tu puerta, ya va llegando”, y acto seguido, si la ronda estaba dedicada a la novia, “Eres alta y delgadita, como junco de ribera, y entre las mozas de este pueblo, tú te llevas la bandera”, “Eres chiquita y bonita y eres como yo te quiero, y eres la mejor naranja, que ha traído el naranjero”.
Con cierto nerviosismo se esperaba, impaciente, que la luz de una habitación se encendiese, esa era la señal para saber que la novia aceptaba la dedicatoria de la ronda y entonces el quinto que era el novio o pretendiente mandaba o cantaba, si tenía voz para ello, la estrofa que indicaba quién había mandado cantar la ronda a esa persona.
Si la ronda era dedicada a la madre o hermana la luz no tardaba en encenderse. Si estaba dedicada a la novia o pretendiente, se hacía espera, “Si quieres saber (nombre de la novia), quién me ha mandado cantar, uno que se llama (nombre del novio), que bien le conocerás”.
Si la espera se hacía demasiado larga podía escucharse, a modo de broma, “Si me quieres dímelo, y si no, di que me vaya; no me tengas aquí -al raso, como a un cántaro de agua”. Una vez que se habían cantado varias estrofas de la ronda llegaba el momento de la despedida, “Allá va la despedida, la que echan los labradores, surco arriba, surco abajo y adiós ramito de flores”
Por la mañana acudían a cobrar la ronda y eran obsequiados con dinero, chorizo, morcillas, huevos, pan, lomo, jamón, etc., que guardaban en una banasta de mimbre y los chorizos o morcillas colgaban de las garrotas o cayados que portaban al hombro. Al tratarse de la familia o futura familia cada uno obsequiaba según sus posibilidades, pero se intentaba ser generoso.
Con los productos de matanza y los huevos recogidos organizaban varias meriendas durante el año y con el dinero obtenido se pagaba el baile en días señalados. Una de las fechas escogidas solía ser el Día de Reyes.
En nochevieja realizaban la hoguera de Año Nuevo, para lo cual con el permiso de Junta de la Dehesa y del Ayuntamiento cortaban un carro de leña para encender y mantener esta hoguera. Este carro era tirado por una yunta de vacas.
Posteriormente se incorporó la costumbre de poner el pino de navidad en el centro de la plaza, elevándolo con sogas y maromas a pulso. También fue costumbre colocar todos los carros del pueblo en la plaza, como una de las acciones trasgresoras propias de la etapa de quinto.
El sorteo para saber el destino durante el servicio militar solía coincidir con los meses de enero y febrero, como dice la copla de quintos…” El Día de las Candelas (2 de febrero) que día más desgraciado, metí la mano y saqué el boleto de un soldado”, estas coplas también hacían referencia al día de tallarse…” Cuando me estaban tallando, mi corazón palpitaba, al ver que, en aquel madero, soldado me declaraban”.
Antes de la llamada a filas, que se dividía en tres llamamientos o reemplazos, celebraban las costumbres de Carnaval, es decir la Fiesta de la Vaquilla, el miércoles de ceniza y Correr los Gallos, el martes de Carnaval.
Posiblemente la costumbre de Correr los Gallos se realizó inicialmente en la calle Corredera, atendiendo al significado de su nombre, para ello se colocaban dos postes de madera a ambos lados de la calle unidos por una soga o maroma. De esta soga colgaban los gallos que colocados boja abajo eran decapitados por los quintos montados en caballerías engalanadas con cintas de colores para la ocasión.
Algunos autores defienden que esta tradición está relacionada con los ritos paganos propiciatorios y de fertilidad que buscaban favorecer la fecundidad de personas, animales y tierras. Para el mundo celta el gallo era portador de las almas de los difuntos y en algunas culturas centroeuropeas el gallo estaba relacionado con el cereal y la agricultura. No tenemos muchos datos sobre la fecha en la que desapareció esta costumbre, ya entrado el siglo XX.
Durante su año de quintos realizaban otras tradiciones como las enramadas que consistía en adornar las ventanas, puertas y otras partes visibles de la casa donde vivía la novia, la hermana o la madre de un quinto, con ramas y flores cuidadosamente entrelazadas para demostrar el amor que se sentía por esa persona.
Más polémicas, porque muchas veces terminaban en el calabozo del Ayuntamiento, eran Las cencerradas. Era un acto de recriminación pública a un vecino o vecina del pueblo por realizar, según la moralidad de la época, un acto inmoral o reprobatorio, como podría ser una infidelidad. Los mozos acudían con cencerros y cacerolas a la casa del vecino que lo había cometido y mostraban su desaprobación haciendo sornar los cencerros y cacerolas. Muchas de estas cencerradas terminaban en un juicio de faltas que finalizaba con la intervención del Juez de Paz del municipio que, en la mayoría de los casos, ponía fin al conflicto.
Muy bien reflejan estos momentos de controversia las estrofas más conocidas, actualmente, de las coplas de quintos…” Arriba quintos, arriba, arriba no hay que temer, si nos meten en la cárcel, nos tienen que mantener”, “A los quintos, a los quintos, los van a llevar; al Ayuntamiento para declarar, declaremos todos la pura verdad, para que, a ninguno, nos puedan cerrar”
Otro momento de cierta tensión era la costumbre de cobrar la llamada “Media” a los jóvenes foráneos que se emparejaban con chicas solteras de la localidad. Estos debían invitar a los quintos a tomar unos vinos o aguardiente para recibir el beneplácito y no terminar arrojados en un pilón o en el río.
Las actividades de este intenso año finalizaban con la participación en la becerrada de las Fiestas Patronales, formando la cuadrilla de solteros. La otra cuadrilla la formaban los casados. Con el paso del tiempo estas cuadrillas sólo la formaban los quintos dividiéndose en dos cuadrillas y otra cuadrilla para las quintas.
En la actualidad participan de forma importante en el desarrollo de las Fiestas Patronales, acudiendo al pregón de las fiestas, donde tienen una intervención muy esperada por vecinos y familiares. Llevan su ofrenda floral a la Virgen de los Villares, forman parte del pasacalle que precede a los festejos taurinos y celebran su becerrada que pone el punto y final a su estatus de quintos/as.
Ya pasadas las Fiestas Patronales comenzaban las llamadas “despedidas”, finalizaba su periodo como quintos y comenzaban, en breve, a primeros de año, los llamamientos a filas. Las coplas de quintos también reflejan en sus estrofas la tristeza de madres y novias por la partida de los mozos, que en algunos casos era la primera vez que abandonan el pueblo.
Unas coplas hablan del sufrimiento de las madres “Al ser soldado llora mi madre, la escarapela no quiere darme, no quiere darme, no quiere darme, y al ser soldado, llora mi madre”, “Las madres son las que lloran, que las novias no lo sienten, les quedan cuatro chavales, que con ellos se divierten”. Por su parte, las novias también reflejaban su pena en estas coplillas, “Ya se van los quintos Madre, ya se va mi corazón, ya se van los que tiraban, chinitas a mi balcón”, “Ya se van los quintos Madre, ya se va la gente loca, ya se van los que divierten, los domingos a las mozas”.
Por último, también mostraban su tristeza y se despedían del pueblo los mozos, como podemos ver en estas estrofas de las coplas de quintos, “Adiós pueblo Navaluenga, adiós pueblo mi querer, mi querer; adiós pueblo Navaluenga, cuando te volveré a ver”, “No me marcho por las chicas, que las chicas guapas son, guapas son; me marcho porque me llama, el Ejército Español”.
Los jóvenes ya no son llamados a filas de forma obligatoria al desaparecer el Servicio Militar Obligatorio en 2001. Ya no existen quintos atendiendo al significado etimológico de la palabra, pero los ritos de iniciación y las costumbres asociadas a la entrada en la mayoría de edad siguen vigentes en la actualidad. En Navaluenga están muy arraigadas estas costumbres y muchas de ellas siguen celebrándose.
Actualmente los quintos siguen adornando el árbol de Navidad,
hacen la Hoguera de Nochevieja, cortan el carro de leña que sortean en la Plaza
y colaboran en la Cabalgata de Reyes.
LA VAQUILLA DE NAVALUENGA O VAQUILLA DE QUINTOS.
La Vaquilla de Navaluenga la podemos encuadrar en las Mascaradas de Invierno dentro de la categoría zoomorfas que representan a la vaca como símbolo de la tierra nutricia. Una fiesta cargada de simbología relacionada con el origen ganadero de Navaluenga.
Esta tradición está muy arraigada en Navaluenga cuya celebración coincide con los actos del Carnaval. Podemos asegurar que el Miércoles de Ceniza ha contado todos los años con la Fiesta de la Vaquilla, incluidos los años de la Dictadura, finalizada la guerra civil de 1936.
La Vaquilla, portada por los quintos que cuelgan cencerros de su cintura, recorre las calles del pueblo, año tras año, reviviendo esta tradición pastoril que ahuyentaba a los malos espíritus con el sonido de los cencerros y proporcionaba fertilidad mediante esta vaquilla hecha de madera, cubierta con pieles y dotada de cornamenta.
Se trata, desde un punto de vista social, de una fiesta iniciática ancestral, de origen pagano, que simboliza el paso de la pubertad a la madurez. El paso al estatus de “mozo” suponía la capacidad para trabajar y constituir una familia, abandonando el estado de miembro dependiente de otra de la que se ha formado parte desde su nacimiento.
Los quintos de la localidad construyen, días antes de carnaval, su última vaquilla puesto que una vez que se ha salido con la Vaquilla de los quintos ya no se vuelve a salir más. Ya serán los quintos entrantes los que continuarán con la tradición. Los más pequeños podrán salir con su vaquilla o bien acompañar a los quintos, portando cencerros en su cintura.
La vaquilla se construye con una armadura de madera en forma trapezoidal a la que se añaden unos travesaños para sujetarla a modo de asidero y unos alambres o mimbres para formar el cuerpo. Después, se añade piel de vaca o tela de color negro o marrón. Para finalizar, se coloca el testuz forrado de piel o terciopelo y se coloca la careta y los cuernos.
Antaño, esta vaquilla más pequeña que la actual, era portada por un solo quinto sobre los hombros y estaba adornada con pañuelos, cintas y las escarapelas que realizaban las madres, las hermanas o las novias de los quintos.
Otra modificación que aparece a partir de la década de los sesenta o setenta del siglo pasado es el hecho de “mantear” a las mozas, es decir, elevarlas estando sentadas en el testuz de la Vaquilla, acción que suele realizarse tres veces. Anteriormente, se simulaba embestir a las mozas, acto que se denominaba “correr” a las mozas.
La Vaquilla de Navaluenga supone uno de los recursos turísticos y etnográficos más importantes del municipio. Esta tradición está muy arraigada en la sociedad local, siendo las nuevas generaciones las que garantizan el mantenimiento de esta fiesta ancestral.
Cada Miércoles de Ceniza son más las vaquillas realizadas por los más pequeños las que se dan cita, al caer la tarde, en la Plaza de España junto al Ayuntamiento, para mostrar sus vaquillas realizadas con gran esmero con la ayuda de sus padres.
LA VAQUILLA Y LA QUINTA DEL 51.
En 1951 pasó por un momento delicado cuando el párroco de la localidad, D. Teodomiro intentó impedir que la Vaquilla estuviera presente durante el Entierro de la Sardina. Los quintos del 51, la quinta más numerosa del pueblo formada por 60 mozos, había hecho su aparición por sorpresa causando el desconcierto entre las mozas que corrían asustadas.
El párroco persiguió a los quintos para impedir que “corriesen” a las mozas que es el término que se utilizaba para definir el acto de simular una embestida de la Vaquilla. Fue tan insistente su propósito de impedir la tradición, por considerarla pagana y no respetuosa con la cuaresma, que terminó en un forcejeo entre los quintos y el párroco, al que amenazaron con tirarle al río.
Por suerte, D. Miguel Toledano, médico y alcalde de Navaluenga, intercedió ante el Gobernador Civil con el fin de solucionar el altercado, alegando que la Vaquilla era una tradición que honraba el pasado ganadero del municipio y no contravenía las obligaciones del tiempo cuaresmal.
LEYENDAS Y COSTUMBRES DEL DÍA DE TODOS LOS SANTOS.
El recuerdo de los seres queridos fallecidos y ayudar a las Ánimas del Purgatorio con misas y plegarias configuraban la tradición del Día de todos Los Santos. En varios documentos eclesiásticos de los siglos XVII y XVIII procedentes de la iglesia parroquial de Navaluenga, se hace referencia al cumplimiento, después del fallecimiento de algún familiar, de destinar algunas rentas en misas y novenas para cumplir con las “obligaciones” del fallecido.
En el libro de fábrica de la parroquia (1771-1855) se cita que el 9 de marzo de 1786, se visita el libro de rentas y limosnas de Ánimas. Este libro refleja la recogida de limosnas para sufragar las misas por las almas de los files difuntos con la intención de minimizar, en lo posible, su paso por el Purgatorio. También se anotaban las rentas obtenidas con los bienes dejados, en el testamento, para misas y novenas.
De forma muy clara queda reflejado en la inscripción del muro del arco de la epístola frente a la sacristía: “Juan Villarejo dejó una capellanía en esta igl(es)i(a) para q(u)e (e)n este altar se digan dos misas cada semana, la una los lunes, de requien por las ánimas de (é)l y de su muger y de sus defuntos, y la otra el sábado de N(ues)tra S(eñor)a, por la misma intención…y para esto dejaron sus vienes. Año 1550 (J. A. Clavo Gómez).
En la actualidad, las tumbas del interior de la iglesia están tapadas por el entarimado del suelo del templo, por lo que ha desaparecido la costumbre de instalar los paños de sepultura en las tumbas de familiares. Cada familia ocupaba un espacio concreto del templo donde se situaba la sepultura de un familiar. En ésta colocaban el paño de sepultura o de luto donde se depositaba una palmatoria o tablilla con cera hilada que permanecía encendida durante las misas y oficios religiosos. Cuando existía una ofrenda de mantener encendida una luminaria durante un año, desde el fallecimiento del familiar, este paño recibía el nombre de “añero”.
Antaño, asistir a los actos litúrgicos de la festividad de todos los Santos era obligado en Navaluenga. Dias antes los familiares limpiaban las sepulturas, colocaban velas y luminarias y preparaban los ramos de flores. Durante todo el día era constante la visita al cementerio, un punto de encuentro entre las familias que recordaban a sus seres queridos.
Al finalizar los actos religiosos los feligreses regresaban a sus casas para llenar los cántaros de agua que depositaban en el exterior de la vivienda para que esa noche las Ánimas del Purgatorio aplacaran su sed. Durante la noche nadie salía a la calle y se encendían velas y luminarias en el interior de las casas para recordar a los familiares difuntos y ayudarles a encontrar la luz de la salvación.
Ganaderos y agricultores regresaban a sus hogares antes de la caída del sol temiendo el encuentro de la Procesión de Ánimas, que según la leyenda vagaban en fila, en silencio, por las calles del municipio, partiendo de la puerta de poniente del templo parroquial para adentrarse por los caminos antes de regresar, rayando el alba, al osario de la parroquia. El muro de este osario fue restaurado en varias ocasiones durante el siglo XVIII por hallarse en ruinas. Actualmente no existe este osario.
Esta Procesión de ánimas tiene cierto paralelismo con la tradición gallega de la Santa Compaña, esa procesión fantasmal de ánimas vestidas de blanco que portan una vela o un candil y precedidos por la silueta humana de un mortal, recientemente fallecido. En el caso de Navaluenga las ánimas recorren las calles del pueblo en silencio, un silencio únicamente roto por el tañir de las campanas. Según la tradición las ánimas solo paraban para beber de los cántaros dejados a la puerta de las casas.
Algunos arrieros aseguraban haber visto esta fantasmal procesión por algunos montes próximos al pueblo al caerles la noche en el camino y recordaban que esa noche, en las posadas y ventas, no les cobraban por dormir y sólo pagaban la cena.
Los quintos del pueblo subían al campanario de la iglesia con gran cantidad de castañas asadas y al toque de difuntos daban lastimosos gritos: ” las Ánimas Benditas del Purgatorio” durante toda la noche, mientras al amor de la lumbre, toda la familia rezaba el Rosario y los abuelos recordaban a los seres queridos fallecidos y contaban leyendas del día de Todos los Santos.
Los pueblos de origen celta creían que con la llegada del Samhain, que algunos autores interpretan como el fin del verano o fin de la cosecha, la línea entre el mundo de los vivos y el de los muertos se estrechaba y los espíritus podían pasar a través de ella. De esta creencia perduran las Mascaradas de invierno que ahuyentaba a los malos espíritus.
Estas celebraciones de origen pagano tenían lugar a primeros de noviembre en memoria de los antepasados. En el mundo romano las ánimas se identificaban con Los Manes, que junto con los dioses Lares y Penates, eran los protectors del hogar.
Los Manes, se identificaban como las almas de los familiares, debido al temor, que en algunas ocasiones se les tenía, le otorgaban el nombre de “Manes=buenos. Durante estos días se ofrecía comida a los fallecidos de forma parecida a la festividad del Día de los Muertos que se celebra en México.
LAS CASTAÑAS Y LA FESTIVIDAD DEL DÍA DE TODOS LOS SANTOS.
Típico de estas fechas es la degustación de dulces como los huesillos de Santos y los buñuelos de viento, pero son, sin duda, las castañas asadas las que enlazan de nuevo con la tradición.
Alrededor de la lumbre la familia se reunía para disfrutar de las castañas asadas o “calbotes” mientras se recordaban historias y costumbres de Navaluenga. Algunas personas aún recuerdan como se recogían 4.000 kilos, aproximadante, de castañas en el Castañar de la Pedriza. Los propietarios encargaban a un grupo de jóvenes, normalmente seis, la recogida de las castañas, que se prolongaba desde primeros de octubre hasta el 1 de noviembre.
El consumo de castañas es una tradición que persiste en la celebración del Dia de Todos los Santos. Esta era la formula más tradicional de cocinarlas. A la luz del candil se ponía la trébede al fuego, un soporte de hierro con tres patas que se utilizaba para cocinar en la lumbre, y sobre ella una sartén vieja o una lata agujereada donde se depositaban las castañas con una pequeña hendidura en el costado, para impedir que se rompieran al asarlas, a las que había que dar la vuelta de vez en cuando.
Otra variedad eran las castañas cocidas en un puchero de barro al amor de la lumbre, bien fijado con el calzo de hierro para impedir que los niños o animales dométicos derramaran las castañas por el suelo. A estas castañas también había que hacerlas un corte en el lateral con la navaja.
Las castañas asadas, también denominadas calbotes, son uno de los productos más consumidos durante estos días. Son muchos los pueblos de Ávila en los que se le celebra “La Calbotada” que ponía fin al tiempo de la cosecha, celebrando, entorno al fuego, la recolección de las castañas.
APUNTES SOBRE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN NAVALUENGA.
Entre las historias que contaba mi abuela Felipa sobre nuestra familia, me llamó siempre la atención con el orgullo que se refería a que su abuelo Apolonio Jiménez había luchado en las guerras carlistas.
Una de las veces, revisando los Libros del Actas del Ayuntamiento, encontré en los últimos años del siglo XIX, una pequeña referencia a la solicitud de ayuda a la Excma. Diputación Provincial de Ávila para el arreglo de la fachada y techo del Ayuntamiento, que había sufrido muchos daños durante la primera guerra carlista (1833-1840).
Todo esto hizo despertar mi curiosidad sobre este conflicto bélico muy poco estudiado en la localidad. En el Correo Nacional, un periódico de tendencia liberal, se hace referencia, en un artículo publicado el domingo 25 de noviembre de 1838, a la desgraciada situación de la provincia de Ávila, donde se informa de un documento carlista firmado por el coronel Félix Gómez Calvente, que la zona del Alberche pasa a denominarse “línea militar de la Abadía del Alberche”.
En esta carta se insta a los justicias de los pueblos (alcaldes), informen sobre movimientos de tropas enemigas, especificando su dirección y fuerzas que la componen. Se impedirá que pasen informes y comunicaciones de partes oficiales y clandestinos de los pueblos de esta demarcación al enemigo y no se tomarán represalias, ni ajusticiamientos sin la autorización correspondiente. Este coronel establece su cuartel en Navarrevisca y El Barraco, en numerosas ocasiones
En el Eco del Comercio, se publicaba el 13 de agosto de 1838, esta interesante noticia “Cebreros, 8 de agosto…Ayer por la tarde se presentaron dos soldados de la Reina Gobernadora … que se han podido fugar con armas y uniformes desde Navaluenga, donde estaba “El Navarro” y Calvente con la infantería que antes estaban al mando de Blas García “El Perdiz” …El parte del pueblo (Navaluenga) vino anoche, diciendo ser 250 los rebeldes, todos infantes.”
En la Gaceta de Madrid, el 1 de diciembre de 1838, en la página 4, según se publica en el libro “Primera Guerra Carlista en el Valle del Tiétar (Ávila-Toledo)” de Francisco Javier Abad Martínez y José María González Muñoz, editado por la Sociedad de Estudios del Valle del Tiétar (SEVAT) en el año 2020, se menciona en la página 210 un hecho de armas muy curioso. “Ávila, 25 de noviembre de 1838…Las facciones de Felipe, Chaces y Palillos (bando carlista) fueron a tropezar aquella misma noche con la columna del coronel Campuzano en Burgohondo. Pasaron en la misma el río Alberche por un vado equivocado, habiendo sido esto causa que hubieran perecido muchos hombres y caballos. Dejaron también algunos de estos en el Puerto de Mijares, quedando reducido el número de los que huyeron a los tres cabecillas y unos 100 caballos”
En el Eco del Comercio, nuevamente se citan datos sobre la contienda en Navaluenga. El domingo, 20 de enero de 1839…”El Comandante General de la provincia de Ávila en comunicación de los días 11 y 15 del actual, participa que el subteniente del 4º batallón franco don Jorge Gutiérrez y el capitán del provincial de Córdoba don Lorenzo Alguacil, le avisan con fecha 10 de enero, desde Burgohondo, haber destrozado varios grupos de facciosos (carlistas), causando tres muertos y dos prisioneros; y cogiéndoles varias armas y ocho caballos”…”Que el mismo Lorenzo Alguacil le dice desde Navaluenga haber alcanzado y perseguido en la tarde del 14 a tres ladrones que estaban cometiendo robos en la inmediaciones de El Barraco, consiguiendo herir a uno de ellos y recoger dos caballos, las armas y efectos que habían robado, los cuales serán restituidos a sus dueños luego que justifiquen su pertenencia”.
Podemos ver que la alternancia en el Valle del Alberche entre las tropas del Reina Isabel y los cabecillas de las facciones carlistas son constantes entre los años 1837 y 1839.
En una de estas alternancias debieron producirse los daños en el edificio del Ayuntamiento, a los que se refiere el Libro de Actas.
Desde 1834 se estable la obligatoriedad por parte de los Ayuntamientos Constitucionales de formar, a petición de la Excma. Diputación de Ávila, las llamadas Milicias Urbanas entre los vecinos voluntarios del pueblo. Deben nombrarse oficiales entre los vecinos que demuestren claros valores y defensa de las leyes patrias y suministrarse armamento y munición. Esta milicia pasará a denominarse posteriormente Guardia Nacional y finalmente Milicia Nacional.
De 1835 existen informes en el Archivo Histórico Provincial de las visitas del gobernador civil de Ávila a los pueblos de la provincia y los informes al Comandante Militar de la Provincia, sobre la situación del pueblo y el concepto político que merecen.
En el libro “Primera Guerra Carlista en el Valle del Tiétar (Ávila-Toledo) al que antes me he referido. En las páginas 71 y 72 se transcribe el informe de la Alcaldía Mayor de Cebreros y su partido, fechado el 16 de agosto de 1835. En la relación de pueblos y su calificación política, el documento firmado por D. Manuel González no califica políticamente a Navaluenga. En la nota resumen de D. Pedro González, ya califica a Navaluenga en el concepto como “mediano por las personas que están al frente”. D. Luis Antonio Espinosa, se refiera a Navaluenga como “Malo”, en las observaciones dice…” El fiel de hechos, Corralejo, malísimo”, de El Barraco refiere en el concepto “Malo” y en observaciones menciona… “El cura y el boticario desafectos y el último comandante de exrealistas”.
Me viene a la cabeza, escribiendo este artículo, la aparición de forma casual de tres revólver del tipo inglés, propio de esta época histórica, que estaban escondidos entre los muros de una vivienda y dos pajares en la calle Plazuela del Pozo, hace más dos décadas.
Os animo a investigar más sobre estos hechos y la historia de Navaluenga. El libro al que me he referido, en varias ocasiones, podéis consultarlo en la biblioteca del Centro Cultural del pueblo, así como los periódicos liberales en la sala de ordenadores.