Abadía de Burgohondo

EAbadía de Burgohondos a finales del siglo XI y principios del XII cuando la zona es entregada a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerulasén para su defensa, una vez que en medio de bosques impenetrables y deshabitados se establece un convento de canónigos regulares de la Orden de San Agustín, fundación que ya aparece en 1178 en la bula del Papa Alejandro III, origen del Burgo del Fondón que más tarde sería Burgohondo.

…“ más hace de ocho siglos que en el Burgohondo hay Abad y canónigos; en su principio eran aquellas montañas un negro, sombrío y espantoso desierto; retirados en la soledad los que entonces vivían en comunidad religiosa, sin perder de vista todo lo que podía ceder en utilidad del estado, se ocupaban continuamente en cantar las alabanzas de Dios; con el transcurso de años fueron desmontando las incultas breñas en que vivían y por su diligencia se formaron las Aldeas que componen en el día el concejo de dicho lugar” relataba D. Antonio Ventura de la Iglesia, último abad de Burgohondo el 20 de mayo de 1792, en una larga carta enviada al Obispo de Ávila en un intento desesperado de evitar la extinción de la Real Colegiata Abadía de Burgohondo.

El 1275 el Rey Alfonso X “ El Sabio” hace concesión del privilegio de heredamiento a la Tierra del Burgo, dando origen a la erección del concejo del Burgo, una de las primeras instituciones bajomedievales de la provincia. “ Nos. Fortún Aliam, e don Mateos, e don Yañego, fuimos al Burgo del Fondo e fallámosla poblada en el pynar, en el lugar que es gran montaña, que nos avía de suyo heredamiento en que pudiesen labrar…” “ …dímosle este heredamiento, que es escripto en esta carta, en que labren por pan en Navamuñoz, Navalosa, e Navadalgordo, e Navalvado, e Navasantamaría, e Navaluenga con Valdebruna, e Navasanmillán e Navalandrinal con las Emillyzas…”

Estas primeras aldeas constituyen el territorio original del Concejo del Burgo, cuya jurisdicción confirmarán los sucesivos reyes castellanos desde Alfonso X hasta los Reyes Católicos, pasando por Sancho IV, Fernando VI, Alfonso XI, Pedro I y Enrique IV.

El título de Abad de Burgohondo era otorgado por el Rey entre sus predilectos, algunos de estos Abades fueron grandes eruditos de la época e incluso muchos de ellos fueron Inquisidores Generales como D. Diego de Arce y Reinoso. Otros abades insignes fueron don Juan Dávila y Arias, hermano de leche del príncipe Juan, primogénito de los Reyes Católicos, que yace junto a él en el monasterio de santo Tomás de Ávila; don Melchor Pérez de Arteaga, el cardenal Gabriel Trejo y Paniagua. El propio Lorenzo Cepeda, tío de Santa Teresa, es prior en Burgohondo durante el tiempo del abad don Juan.

En Burgohondo se dan cita una larga lista de personajes que hicieron de este cenobio un centro de poder ciertamente notable, favorecido por los reyes de Castilla, muy singularmente por Alfonso VI, si damos por bueno las últimas investigaciones que apuntan a este monarca como fundador de la abadía de la Santa María entre 1085 y 1109. También otros monarcas como Felipe II y su hijo Felipe III, así como los papas Alejandro VI, León X o Pío IV, concedieron mercedes y privilegios a los moradores del monasterio, en numerosas ocasiones para confirmar su jurisdicción sobre las localidades del entorno.

De forma paralela crece en el valle del Alberche una incipiente comunidad hebrea que se dedica a labores de pastoreo, curtido y tinte de pieles en las tenerías y una clase más elevada socialmente que llevaría las arcas de la abadía, la recaudación de los diezmos, de los derechos de tipo feudal y los asuntos de escribanía del concejo del Burgo. Esta pequeña comunidad sefardí, edifica en Burgohondo una humilde sinagoga comarcal que hoy se conoce como Ermita de los Judíos.

En el siglo XIV, la jurisdicción de la abadía llega a su máxima expresión con el cobro de los diezmos de la mayoría de los pueblos de la sierra de Gredos, desde Cebreros, El Barraco y El Tiemblo, hasta Piedrahita, pasando por Mombeltrán, Piedralaves o La Adrada. Con el tiempo también construirán las iglesias de buena parte de los pueblos que hoy lo rodean y en los que nombran párrocos y capellanes hasta el siglo XIX,